Archivo | julio, 2014

La noche de los mosquitos

20 Jul

mosquito

Cuatro de la mañana. Julio. En plena canícula. Todas las ventanas de la casa están abiertas, pero el aire pesa tanto que no se mueve, no puede. O no quiere. Yo tampoco quiero moverme y mira que éste sofá está duro y que tengo la espalda hecha un Cristo, pero no pienso volver a la cama como si no hubiera pasado nada, como hago yo siempre. Anoche discutimos. Muy fuerte. Nos dijimos tantas cosas feas que terminamos pintando esa raya en el suelo que una que vez se cruza ya nunca nada vuelve a ser igual. Y vaya que la cruzamos. Del todo.

Acabo de aplastarme un puto mosquito en el cuello. Tengo sangre en la mano y en el cuello. Sangre mezcla de sangres; la suya y la mía. La del mosquito. Ella no sangra porque es una muerta viviente. Al menos, si en lugar de un zombi fuese vampiro, habría pensado en mi cuello y no me dejaría dormir aquí y coger esta tortícolis tan horrorosa. Mañana me va a molestar el cuello jugando al pádel, pero yo paso de volver a la cama, aguanto aquí como sea; que se disculpe ella, joder.

No sé porque aún no nos hemos comprado un sofá nuevo.  Bueno sí, fue porque yo me empeñé en pillar primero la tele. Nunca se lo reconoceré, pero tenía que haberla hecho caso y ahora estaría rumiando la bronca tumbado en un chaise longue. Se me salen fuera la mitad de las piernas, en cuanto se le pase el cabreo lo tiro al punto limpio.

Y otro moquito. En la oreja. Idiotas, id a por ella que, según dice, es mucho más dulce que yo. Ahora también dice que quiere ser madre, lo que nos faltaba ya, con lo bien que estábamos y se va a ir todo a la mierda. Acaba de zumbarme en la otra oreja. Hasta aquí, se acabó; enciendo la luz y enciendo la tele. Es increíble la basura que echan: vidente, vidente, venta de cuchillos, vidente, píldoras para adelgazar, el vidente de antes, otro vidente, ahora venden aparatos para abdominales y otra vez el vidente de antes. Yo creo que éste es el vidente ese tan famoso. Sí, mira: bendiciones… Menuda peluca que se gasta el cabrón. ¿Quién llamará a esto? ¿Y la tía que le han puesto a su lado? Menudo mérito tiene riéndole las gracias al tonto este. Bendiciones, dice. No da ni una y la ella consigue arreglarlo todo: increíble, señoras y señores, acaba de hacerlo otra vez, usted no había hablado nunca antes con nosotros y le ha adivinado que tiene un problema, que echa de menos a algún familiar y que ese familiar la quería mucho. Pues claro, quién no echa de menos a un familiar y a quién no le quiere un familiar. De verdad que esto es para tontos. Ahora tengo el mosquito en la pierna. Manotazo. Se escapa y vuelve otra vez. Cabrón de mosquito te vas a cagar, vamos no te escondas ahora, ven valiente. Toma cojinazo, toma, a quién vas a picar ahora.

—     Bendiciones. Amigo. Sí, tú. El que está de subido en el sofá matando mosquitos a cojinazos.

—     ¿Cómo? —respondo en voz alta, hablando con la tele.

—     Amigo, siéntate y escucha despacio porque nuestro nigromante tiene algo importante que decirte.

La tipa ésta me está hablando a mí, no fastidies.

—     Y una leche —lo pienso, pero lo pienso en voz alta porque sigo hablando sólo con la tele.

—     Sí, querido. —La cámara hace un primer plano del vidente y de su pelo y de su excesivo maquillaje que no tapa una delgadez extrema y unas grandes ojeras. Me sigue hablando—. Amigo, hoy has discutido con Laura, tu mujer. —Coño, que sí que es vidente de verdad y que habla de mi Laura, joder—. No te preocupes, te perdonará porque te quiere mucho. No te lo mereces, pero te quiere.

—     ¿Que me quiere? Lo que quiere son mis espermatozoides y joderme la vida.

—     Calla y escúchame: ella te quiere y tú la quieres a ella y hoy habéis hecho el amor antes de discutir y ella hace ya un mes que no se toma la píldora y hoy habéis engendrado un hijo al que llamaréis Adrián y que os hará muy felices y que será lo mejor que hayas hecho en tu vida. ¿Me oyes?

—     Sí, te oigo —le respondo alucinado.

—     Pues ahora vete a la cama sin hacer ruido, abrázala y cuando dentro de media hora se despierte para ir a trabajar dile que la quieres, a ella y a vuestro hijo.

Y apago la tele y me voy a hacia la habitación sin hacer ningún ruido y la abrazo y la beso en la nuca y empiezo a llorar ahogadamente, mudo, y espero porque quedan sólo diez minutos para que den las 7 y suene el despertador y me paso cada uno de los diez minutos pensando en todo lo que la quiero y en lo egoísta que he sido y, entonces, suena el despertador y ella lo apaga.

—     ¿Tú no te habías ido a dormir al salón?

—     Sí, pero había unos mosquitos que no me dejaban dormir —le digo.

—     ¿Y no me vas a decir nada?

—     Sí, que te quiero y que quiero ser el padre de tus hijos.

© Jesús Ovidio Gómez Montes

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Las cinco vocales que aprendí de tu nombre

11 Jul

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Rompo mi silencio trazando palabras usando tus vocales. Y pienso que no habría mamá sin una a porque sería sólo un juntar de labios como queriendo tirar un beso, pero mugiendo como una vaca. Tampoco la fe iría más allá de una mala imitación del ulular de una ventana mal cerrada si no tuviera su e. Y sin una i fin no podría ni empezarse, ni el amor sería lo mismo sin su o. Y la vida sería mucho más oscura si la luz que la ilumina no tiene una u a la que enchufarse.  Sin ti, abuelo, yo tampoco sería nada.

Sé que es una tontería acordarme de esa peculiaridad de tu nombre. Es una curiosidad, sí, una casualidad incluso y ni siquiera eso es exclusividad sólo tuya porque Aureliano también las tiene todas, pero él repite la a y eso seguro que no vale. Mirando hacia atrás he recordado aquel día en que alguien, no me acuerdo quién exactamente, me descubrió que había un nombre, el tuyo, que las tenía todas. Yo me sentí tan orgulloso de ti: mi abuelo tenía todas aquellas letras tan importantes, mucho más que las otras, porque sin ellas nada tendría sentido. Escribiendo estas palabras, recupero por un instante los sentimientos de aquel día y hoy también me siento orgulloso de tu fuerza, tu cabezonería, tu carácter, tus cojones, tu silencio, tu buen comer y tu buen conformar. Me siento orgulloso de muchas más cosas que de tu nombre; presumo de tu vida y de tu herencia que es tu hijo, mi padre, y somos tus nietos, mi hermana y yo. Hasta siempre Aurelio. Hasta siempre abuelo.

Te queremos.