A PATRICIO LE GUSTAN MUCHO LAS PALABRAS. Le gustan casi todas, pero sobre todo las extraordinarias y largas, las muy muy raras y caprichosas. A Patricio le embelesa encontrarlas por casualidad en el diccionario, encontrarlas por serendipia; esa es una que aprendió hace poco tiempo y que ya es de sus favoritas. Le gusta, por ejemplo, melifluo que es un sonido excesivamente dulce, suave o delicado; así dice que es la voz de su madre. O iridiscencia que es el reflejo de colores distintos en algunas superficies; sonidos y colores: un arcoíris. Le encanta ir a la biblioteca y pasarse la tarde abriendo páginas al azar, buscando nuevos tesoros. Encontrar flores inmarcesibles, reconocer el olor a petricor de después de la lluvia, mantenerse sereno en su ataraxia. Le arrebatan resiliencia, nefelibata, acendrado, ósculo, mondo, superfluo, etéreo, inefable.
Patricio descubrió su pasión por las palabras y por el diccionario, cuando buscó por primera vez su nombre. Siempre se habían metido con él por rarito y por tener nombre de niña. Patricio fue un día hasta la pe y se buscó: dicho de una persona que pertenece a la clase social alta; en la antigua roma, el que descendía de los primeros senadores y formaba parte de los privilegiados. Eso fue para él una revelación, un antes y un después, una epifanía. Así pudo contestar a sus amigos, defenderse, aprendió a insultarlos sin que ellos siquiera supieran que lo estaba haciendo, desde la a hasta la zeta: abrazafarolas, ejarramantas, ventoleras y zote.
A Patricio le gusta ir a casa de sus abuelos. Patricio quiere a Manolo, su abuelo, por su bonohomía, bonita palabra, pero quiere más a su abuela María, ella es su favorita, por graciosa y pizpireta. Su abuela le cuenta muchas historias de sus antepasados, de la familia de ella que es muy especial, que es mágica. Historias en las que siempre salen palabras nuevas; palabras de pueblo que ya nadie usa, pero que normalmente sí que están en el diccionario. Hoy le ha dicho que en la familia tenían un don mágico, que ella era curandera, casi bruja, y que su padre, el tatarabuelo de Patricio, era zahorí: dícese de aquella persona a quien se atribuye la facultad de descubrir lo que está oculto, especialmente manantiales subterráneos. Eso decía el diccionario, decía que Patricio y su familia tenían un don. Él era el heredero, el poseedor de una dádiva, de un presente, de un regalo. De una gracia especial o la habilidad para hacer algo. Y lo que era aún mejor, un bien natural o sobrenatural. Por esto es por lo que le gustaban a Patricio tanto las palabras, por esto amaba la biblioteca y el diccionario, porque de buenas a primeras te conviertes en alguien sobrenatural, alguien divino, y sólo conociendo su herencia y su significado. Patricio sería el hechicero, el mago, el adivino; el mayor embaucador del reino, el encantador de serpientes, un nigromante. Será un aojador, un jorguín y, por fin, dejará de ser el rarito, el empollón con nombre de chica. Él, un patricio, el zahorí poderoso con batón, con báculo mágico. Hechizos y serpientes, ya le hormiguean los dedos, las manos. Algo ha cambiado, ya siente que se hará respetar para siempre y es, entonces, cuando dejando el diccionario en la balda de la biblioteca, sonríe altivo y se dirige a la calle dispuesto a embrujarlos a todos.
©Jesús Ovidio Gomez Montes