Archivo | enero, 2015

Reproducción clandestina

30 Ene

huevo

SALIÓ DEL HUEVO CON FORMA DE MUJER, pero desde que sacó su mano y saludó al mundo por ese primer hueco eclosionado y el primer rayo de luz gamma besara su retina, se sintió hombre. Era el año 2054 en la era de la tecnificación y del control natal, y acudir a la ovorreproducción asistida ilegal de últimas oportunidades, a veces, tenía estas cosas.

©Jesús Ovidio Gómez Montes

Ojos negros

27 Ene

ojosnegros

ME GUSTA LA MANERA EN QUE ME MIRAS, me dijo. Y la seguí mirando,  pero más cerca y acariciándole también la mano, lentamente, engolosinado con el brillo de sus gigantes ojos de luto: tan oscuros, tan magnéticos, tan agujeros negros y yo tan planeta deseando ser atrapado.

Me gusta cómo eres, eso me lo dijo también, eres muy  bueno conmigo. Y sólo la barra del bar entre nosotros. Entre ella y yo. Entre un abrazo, primero, y un inevitable beso, después; por fin. Pero entraron por la puerta dos chicos y dos chicas, luego otros más y ya no estábamos solos, como antes que era pronto porque yo hace dos años que siempre vengo pronto para estar a solas con ella, pronto para todos los demás, y ahora ya muy tarde para ese primer beso. Empezaron a hablar alto, a decir cosas que a nadie le importan, y me dijo Espera que voy a atender, y la magia explotó como una supernova. Pidieron unas cervezas y unas copas y un Sube la música que es viernes que la noche es joven. Sonó esa canción que yo sé que tanto le gusta y que tan bien baila, cómo la miraron todos, todas también: porque si ella baila, si ella ríe, no se puede mirar a otro sitio: sus ojos agujeros negros y todos los planetas del bar fuera de su órbita, dejando su rotación y su traslación de lado, todos queriendo ser colapsados.

Me dijo Quieres algo, cariño. A ti te quiero, Te quiero a ti, pero no se lo dije. Claro, guapa, ponme un tercio cuando puedas. Eso sí se lo dije, lo otro sólo lo pensé. Pensar esas cosas y no decirlas, duele. Como el tiempo cuando pasa despacio, que también duele. Porque ya era tarde para aquel beso, tarde para estar solos y para decirle Sabes, niña, que te quiero, Que te he querido siempre, Desde antes de que trabajases aquí, Sí, desde que nos presentó mi amigo Rafa, que entonces trabajaba contigo, y que celebraba su trigésimo cumpleaños, Desde aquella noche es que te quiero.

Te invito, me dijo, por la compañía. Y yo le dije Gracias, pero no tienes porqué, me encanta estar contigo. Ella me dijo Qué bueno eres, Antonio. Nunca me había sonado tan bien mi nombre como en su boca: en sus labios abriéndose (An), cerrándose adelante como tirando un beso (to) y otra vez a medio abrirse (ni) y a cerrarse rápido (o). Así, a cámara lenta. Mi nombre bailando en sus labios y yo loco por besarlos. Por besarla.

Te quiero, le dije. Ahora sí, se me había escapado, sin pensarlo, y ella había abierto sus grandes agujeros negros: estaba poniendo cara de sorpresa y como de preocupación, de que no me encaja, de Yo a ti te quiero, pero no te quiero así, Antonio, de Somos amigos. Pero no me lo dijo, acercó su mano hasta mi cara y acarició mi mejilla, yo me quise morir y colapsar y desaparecer dentro de sus órbitas. No podía ser peor, no podía seguir adelante, tenía que marcharme, perderme para siempre y no volver. Pero no, seguí allí sentado, mirándola, celándome de los otros, de todos, rumiando esas palabras que no tenía que haber dicho y sobre todo de las que ella no dijo, que ya lo habían cambiado todo para siempre porque ella no me quería y yo a ella sí.

Ahora no me dice nada, no puede. Porque tenía que ser mía o de nadie, por eso esperé a que se fueran todos. Cómo duele el tiempo cuando pasa despacio, cómo duele el desprecio y la caída.  Salí con ella a la calle para que echara el cierre y le dije Te acompaño y así hablamos, pero ella no dijo mucho,  sólo dijo Antonio, lo siento. Ninguno dijo nada más. Mis pasos, el dolor de su eco en la noche, el retintín de sus tacones piqueteando en mi vergüenza. Su casa estaba cerca. No era la primera vez que la acompañaba ni la primera vez que aparcaba mi coche allí en previsión de acompañarla o de que algo bueno pasase por fin. Pero hoy no era una noche más, era la última, ni una noche más de Gracias por acompañarme, Antonio, de Hasta mañana y nada más, Antonio. Hoy era distinto, yo le había dicho Te quiero y ella me había dicho Antonio, lo siento.

No me dijo nada. Y yo tampoco. Nos miramos sin despedirnos y yo supe que todo se había acabado y la empujé contra el cristal del portal. Aprovechando su desconcierto, la cogí en volandas subiéndomela al hombro y, mientras gritaba, pataleaba e intentaba soltarse, abrí el maletero del coche y la eché dentro. Lo cerré y poco a poco sus gritos se fueron ahogando, si antes no había dicho nada tampoco la quería oír más. Todo pasó muy rápido, la calle a esas horas estaba vacía y oscura, podríamos haber sido unos chiquillos tonteando o armando jaleo o unos gatos enamorados.

No me dice nada porque no puede. Está en mi casa, sentada en mi cama como siempre quise. Un bocado de dos vueltas de cuerda fuertemente atadas a la nuca la amordaza, no le permite hablar y le obliga a sonreír, pero ya no está tan guapa, tiene una sonrisa triste, de joker, de payaso. Eso sí sus ojos, aunque enrojecidos por el llanto, siguen siendo grandes: tan oscuros, tan magnéticos, tan agujeros negros y yo tan planeta deseando ser atrapado.

©Jesús Ovidio Gómez Montes

1501273096084.Ojos negros

Supermán

23 Ene

Superman

TODAS LAS MAÑANAS MAMÁ ME DESPIERTA CON SUS GRITOS. Mamá siempre grita mucho, papá se lo dice a veces y entonces grita aún más. Hoy es domingo y papá ya se lo ha dicho y mamá ya está gritando: aún más. Papá, en cambio, se ha reído y por eso ya se ha liado del todo y se han olvidado de mí; así yo puedo aprovechar y quedarme otro ratito con mi pijama de supermán puesto.

Me encanta ser Supermán y salvar al mundo. Cuando mamá grita tanto, imagino que es Godzilla y que papá es un gigantesco rascacielos que va a ser destruido. Imagino que el pijama también tiene capa; mamá dice que el pijama del Súper de verdad tampoco tiene capa, que es igualito que el mío. Así que yo la estiro imaginariamente y la coloco, me chupo los dedos y me hago el rizo, canto la música y le digo a papá que se espere que ya voy, que voy a buscar un iceberg gigante al polo norte y que volveré volando por la ventana para acabar con ese lagarto feo. Pero papá no me oye, los gritos del lagarto no le dejan. No importa, ser Supermán es una gran responsabilidad: el mundo está en tus manos y los malos nunca esperan. Entonces abro la ventana y salgo volando.

©Jesús Ovidio Gómez Montes

Ascuas

12 Ene

CorazonFuego

Estás vacío y sólo te queda el tiempo: que se estira, se espesa y todo lo llena.

Crece el silencio y crecen los días y las noches y crecen los domingos sin ti.

Ya no estás y ya no te espero. Te vi marchar, pero no te marchaste.

Tus besos sin mis labios, tu corazón sin mis latidos; tu vida sin mí.

Seguir y acordarme de olvidarte, de no pensar en nada. Ni en ti.

Y ya lo había conseguido y suena el teléfono, y tu nombre

En la pantalla y aquella foto que te saqué aquel día,

De nuevo el fuego y los nervios y la duda

Y descuelgo y me cuelgo del abismo del silencio,

Que tú rompes como me rompiste a mí

Y resulta que sí, que sigues aquí

Porque nunca te apagué del todo

Y  porque nunca te olvidaré,

Entonces sí lo entiendo:

Nada queda ya,

Sin ti;

Nada.

©Jesús Ovidio Gómez Montes

1501122969576.Ascuas

El más listo

9 Ene

El más listo

SER MÁS LISTO que los demás es una cagada, una auténtica mierda, aunque a mi madre no le guste que use esas palabras feas que todo un señorito como yo no puede decir. Tampoco puedo decir puta ni pito ni caca ni pis ni ninguna otra que manche por sucia o que sirva para hacer niños.

Vale, ser listo es una “eme”, así mamá no se enfada, y lo es porque te llena de responsabilidad. “Responsabilidad”, eso sí que es una palabrota. Si eres tonto te dejas llevar, sólo haces lo que te dicen y ya, pero si eres listo… Si eres listo tú tienes que decir lo que hay que hacer y cómo hacerlo y cuándo y dónde y, sobre todo, por qué.

Sí, ser el más listo es una auténtica y soberana y requetegran “eme”. Me la voy a cargar yo y toda la culpa va a ser mía. ¡”Eme”, “eme” y más “eme”, leches! ¿Cómo hacemos ahora? No ha sido aposta, nosotros no queríamos. Yo no quería. No tenía que pasar así, yo lo había visto en internet: se abre el balón por la costura, se llena de tierra y piedras, y con mucho cuidado se pone bocabajo sin que te vean. Luego ya, un poco de teatro y a hacer como que juegas y que se te ha escapado lejos la pelota. Y, por último, pedírsela al primer tonto que pase y que él, confiado, la pase con fuerza y se rompa el pie. Así tenía que pasar, pero en internet no había ningún bordillo de “eme” ni a nadie se le abría la cabeza.

Ser el más listo es una “eme” porque antes de tu broma alguien estaba vivo y ahora está quieto, tieso y con un charco de sangre que le sale de la frente. Aunque si eres el más listo es porque los demás son más tontos y porque siempre vas a encontrar a otro para echarle la culpa.

©Jesús Ovidio Gómez Montes

1501092945884.El más listo