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Moho

29 May
Foto: Jason Rogers en Flickr

Foto: Jason Rogers en Flickr

TENGO HAMBRE, UNA NEVERA VACÍA Y UN WASAP QUE ME QUEMA EN EL BOLSILLO. Hablamos esta noche?? En tu noche, en la de allí…  Es importante. La luz de la nevera tiembla y se apaga. Debería arreglar el interruptor; lleva años así, vacilando: ahora me enciendo, ahora no me enciendo. Cuando entramos al piso, ya fallaba y siempre he dicho que un día lo arreglaría, ella no se lo creyó nunca, lo peor es que tenía razón y ese día está aún por llegar. Tiro de la palanca sobre la que se apoya la puerta al cerrarse y la fuerzo un poco para obligarla a que ilumine una escena que, de antemano, sé que será triste y fría. La luz duda, insisto otra vez, al fin se enciende a regañadientes, temblorosa, como diciéndome Qué quieres que ilumine si no hay nada que iluminar: un bote de kétchup, una tarrina de Tulipán y un paquete de pan Bimbo. También hay una barra de chóped de pavo, de las que ella compraba siempre y que a mí no me gustan nada. Nunca he entendido por qué la gente come cosas que no saben, como esas tortitas de trigo inflado que son como si te comieses el poliexpán de las cajas. Hace casi cuatro meses que ella se fue y aún no tiene ni una mota de moho. Alucino con los conservantes de hoy en día, no recuerdo la última vez que vi florecer una rebanada de pan de molde, ni que miré con miedo la fecha de caducidad de un yogur. No recuerdo, tampoco, cuándo supe que esto iba a pasar, que era inevitable, sólo sé que tengo hambre y que no hay nada más en la nevera.

Decido que la barra de pavo incorrupto de Santa Teresa será mi cena. La saco del envoltorio y le doy un agua bajo el grifo, para quitarle esa película pseudomocosa que había bajo el film transparente en que ella lo dejó envuelto. Me pregunto con qué me envolvió a mí, puede que también me estén saliendo cosas raras. Esto oler no huele mal. Raspo un poco por si acaso y lo hago lonchas. Meto el pan Bimbo en el tostador y vuelvo a la nevera a por el kétchup. La hijaputa se enciende a la primera, riéndose de mí. Mientras espero a que salte el tostador cojo el móvil a ver si me ha escrito. Negativo. Lo último que sale es: Ok, nena. Estaré en casa dejo el Skype encendido. Llama cuando quieras. Besos. Lo escribí yo esta mañana, cuando apagué el despertador y vi que me había escrito desde su noche, desde mi madrugada. El wasap dice que hace diez minutos se ha conectado por última vez. Si aquí son las diez y veinte de la noche, en Atlanta deben ser… Sí, las cuatro y veinte. Sale del curro en una hora, y en hora y media, como mucho, llegará a casa y me llamará. Cada vez me cansa más esto de llamarnos por las noches y hablarnos como si fueras primos hermanos, mirándonos deformados tras una pantalla, evitando los silencios incómodos sin decirnos nada: ¿Qué tal tú día? Bien. ¿Qué has hecho hoy? Nada. ¿Qué vas a cenar? No sé, cualquier cosa. ¿Me quieres? Sí. ¿Me echas de menos?

El sándwich estaba casi bueno, con kétchup creo que me podría comer casi cualquier cosa, ella tendría que echarle a las ensaladas de pavo y brotes. Mañana es viernes, si no hay marrones saldré pronto e iré a por nuevos alimentos transgénicos capaces de aguantar meses al fresco y a oscuras. Aunque creo que me voy a cuidar más, voy a cocinar y voy a ser mejor, porque estoy hecho un desastre y esto no puede seguir así.

No llama. Ya es tarde. Ya es mañana aquí y de noche allí. Me duele la tripa y ella no se conecta. Pienso en el moho, en la capa pseudomocosa, pienso en Hablamos esta noche?? En tu noche, en la de allí… J Es importante. Pienso en que había algo muy malo en el chóped y en ese mensaje, y que por eso me duele la tripa. Pienso, otra vez, en el moho, en conservantes E-300, en las esporas y en las toxinas. Pienso en lo idiota que sería morirse así, envenenado por un moho que no se ve pero que está ahí, porque era importante y aún no ha llamado y ya es tarde. Tengo chóped, tengo kétchup, tengo una nevera vacía y tengo un wasap que me quema en el bolsillo.

© Jesús Ovidio Gómez Montes

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